Mi monstruo y yo

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Estoy seguro que la mayoría luchamos con un tierno y peligroso monstruo, que en más de alguna ocasión nos ha metido en problemas. Préstele atención a lo que el pastor Swindoll dice sobre él:

En muchos países latinoamericanos, existe la expresión: “está verde de envidia» y a veces a la envidia se la llama el “monstruo de ojos verdes”. En la Biblia, sin embargo, el color no es el mismo.

La palabra hebrea que se traduce como envidia o celos es quanah y significa “llenarse intensamente de rojo”. Esta imagen representa a alguien cuyo rostro se ha enrojecido por el enojo como parte del proceso químico cuando la sangre se muestra por la piel, Como parte de una emoción feroz. Para demostrar la ironía del idioma, las palabras “celos”, “ardor” y “envidia” vienen de la misma raíz lingüística. Esa misma emoción que enoja a un ser humano (ver Proverbios 6:34) es la misma que lo invade con pasión para defender a su país o para amar a su esposa y a sus hijos.

La Biblia con frecuencia utiliza la palabra quanah en un sentido negativo. El libro de Proverbios nos advierte en contra de desear la riqueza y las posesiones que los impíos obtienen de manera deshonesta:

No envidies al hombre violento (3:31).

No tenga tu corazón envidia de los pecadores (23:17).

No tengas envidia de los hombres malos ni desees estar con ellos (24:1).

No te enfurezcas a causa de los malhechores ni tengas envidia de los impíos (24:19).

Esas advertencias son extremadamente importantes a pesar de que el origen de la envidia no debería sorprendernos. Un juego mental que muchas personas utilizan es imaginar lo que sería deshacerse de las restricciones, vivir sin la inconveniencia de la ética, hacer cualquier cosa, ir a cualquier lugar. Piénselo. El pecado tiene placeres sensuales y temporales. Y aunque no duran mucho tiempo (Hebreos 11:25), el pecado no es aburrido.

El idioma español y el hebreo asignan colores diferentes a ese monstruo llamado envidia, pero ambos reconocen el mismo resultado de esa emoción destructiva. La envidia lleva al pecado (ver Proverbios 14:30) y el pecado lleva a la vergüenza, una emoción representada por el color rojo.

Tenga cuidado de lo verde de la envidia porque terminaría rojo de vergüenza.

Antes del milagro, es necesario la transformación

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No está tan lejos la idea de que a Dios,  más que sacarme del problema le interesa mi corazón.  Esta verdad va en contra de la naturaleza humana, la cual desespera por ayuda en los momentos de dificultad, prometiendo muchas veces cambiar la conducta y cambiar  una de las cosas más difíciles que existe, el corazón, con tal de obtener el «milagrito»

Cuando leo la historia de Gedeón, me es fácil identificar su disposición de creerle a Dios; y naturalmente en el texto se ve el avance de su interés y compromiso con lo que Dios anhela hacer.  Es emocionante imaginarlo, derribando el altar de Baal, e intrépido imitar su hazaña con los cantaros y las teas.  No hay duda, por su disposición y liderazgo, Israel descansó 40 años.

Lo que me asombra del relato de estos tres capítulos, es la aseveración de Dios, esa de recordarle al pueblo por medio de un profeta, que han pecado.  Si, es cierto, después tiene misericordia de ellos y levanta a Gedeón, pero como cosa curiosa, igual a la voz del padre que le recuerda a su hijo que lo ama y que no es más importante el helado por el cual llora, sino un cambio de actitud, es Dios quien le recuerda al pueblo que han hecho mal, que se han alejado, que necesitan volver.  El problema no está en que si Dios pueda borrar a los crueles amalecitas, el problema está en que el corazón del pueblo se vuelva genuina mente al creador.

Recuerda:  No es mas importante lo que le pides a Dios, sino que tu corazón esté dispuesto dejarse cambiar por él.

Dios nos libre con llegar a ser una Iglesia «Casi»

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El poeta Cubano Rodolfo Loyola contaba la historia de Casimira, la cual podría ser una triste historia si se aplicara a una Iglesia.

Casimira, casi todo y casi nada.
La llamaban casi cuando casi andaba,
y al cumplir los siete Casi fue al colegio,
pero la maestra casi no enseñaba.
Pues siendo la Casi una adolescente,
casi niña, casi dama,
encontró a un mozuelo a quien Casi amaba.
Pero un día el muchacho,
casi sin mirarla
se dejó a la Casi, casi destrozada.
Y se fue a un convento la buena de Casi
queriendo ser santa, y casi fue monja…
Pero un día enterada que el chico moría,
se volvía su casa y cuidó del chico
como de casada.
Y el chico murió casi sin besarla,
y Casi fue viuda, al menos en su alma.
Hoy Casi, cansada de su vida extraña,
casi ni se peina, y desenfadada,
cuenta de algún modo que fue casi todo
sin ser casi nada.

No hay duda que uno de los peligros que corre cualquier persona, y especialmente una Iglesia es llegar a la mitad del camino o al umbral de la meta y darse cuenta que de todos los sueños, metas, objetivos y planes, lo único que tiene en sus manos es el fatídico «casi».