En estos días, en las predicaciones dominicales en la iglesia, estamos acercándonos a algunas imágenes del Señor Jesús, como Salvador, como Pastor, como Sacerdote.
Leía en Hebreos 2:17-18 que dice:
Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo. Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados.
Sobre su humanidad hablamos muy poco en los púlpitos, quizá porque es un poco complicado, o molesto reconocer que Cristo fuera plenamente hombre. Sea como sea, es más facil pensar que Cristo fue más Dios que hombre, que solo se vistió de hombre, pero no lo fue del todo. En una vaga idea, como los politicos (o pastores) que se bajan de su carro, y se fotografían con la gente de la calle, y luego regresan a sus vehiculos polarizados y con aire acondicionados.
Como dijera, Martín Descalzo: ¿De qué nos hubiera servido un Dios «disfrazado» de hombre, o «camuflado» de hombre, fotografiado por unas horas de hombre?
Es cierto, cuesta mucho aceptar la total humanidad de Cristo. Si nos atrevemos a pintarle cansado, sucio, polvoriento o comiendo pupusas, las hemanitas «Cristian Dior» de la femenil, comenzarían a hablar del mal gusto de ese Cristo. Gracias a Dios, la biblia en sus genealogías, defiende tanto su divinidad como su humanidad. Lo adoramos, porque como dice Fil. 2:7, se hizo en todo a nuestra semejanza, menos en el pecado. El es literalmente nuestro hermano, entró en esta pobre humanidad, el Cristo que adoramos es de nuestra tierra.
El comprende nuestra condición humana por cuanto Él mismo es humano. Nuestro Dios se hizo hombre para que pudiera ser nuestro sacerdote. Para que pudiera representarnos tenía que hacerse hombre. Un hombre no puede ser representado ante Dios por ningún otro que no posea la naturaleza humana. Jesús es plenamente hombre, y eso significa:
1. Que nos comprende perfectamente a nuestro nivel. A Él le duelen las cosas exactamente como a ti te duelen. Cuando te diriges a Él para compartirle cómo te sientes no se queda confundido sin saber a lo que te refieres. Lo sabe.
2. No se queda impasible ante nuestro dolor. Cuando le cuentas algo no está ausente, tus penas son las suyas, la Biblia dice que Él es “como la madre que se compadece por sus hijos”. Y no sólo está el hecho de que Él se hiciera hombre, sino que compartió nuestros sufrimientos. A lo mejor no sabes lo que es pasar por una operación quirúrgica, cuando alguien que ha pasado por eso te lo cuenta no puedes comprenderlo bien, sí, sabes que es una experiencia dolorosa, y puedes entristecerte, pero no es lo mismo. Pero cuando pasas por el quirófano, y experimentas el despertar de la anestesia, y los largos días en cama sufriendo dolores, te puedes identificar perfectamente con cualquiera que haya sufrido lo mismo, ¡aun más!, si un día alguien viene a contarte su experiencia en los hospitales, no sólo se sentirá escuchado por ti, ¡sino también comprendido!. ¡Así es como nuestro Señor nos escucha!.
3. Que es el único representante digno. Muchos dicen que María es nuestra mediadora ante Dios (la llaman “mediadora de todas las gracias”) pero eso es un error. María, al igual que todo ser humano compartía nuestra imperfección, “No hay justo, ni aún uno” dice la Palabra en Romanos, y esto incluye a María. En cambio Jesús, como hombre, es perfecto, Dios lo ve y dice: “Y hubo una voz de los cielos, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia.” Mt 3.17. Y cuando Dios nos ve a través del Hijo nos dice lo mismo: “En ti me complazco”, y esto es porque Jesús nos sustituye, por eso la Palabra dice que somos “aceptos en el Amado” (Ef 1.6), en la humanidad de Jesús somos aceptados por Dios.
Experimentado en quebranto
La Biblia dice de Jesús que es experimentado en el quebranto (Is 53.3), ha pasado por las mismas situaciones. Alguno pudiera preguntar, ¿incluso por las que pasamos en el S. XX?, las situaciones cambian pero los patrones de conducta no. Jesús sufrió como ningún otro la intensidad de la tentación, la lucha, la oposición satánica y la contradicción de pecadores (12.4).
Jesús comprende nuestra debilidad y la fuerza de la tentación, su esfuerzo por vencerla (fue una lucha a muerte), y que, como Dios, tiene un conocimiento completo de nosotros mismos.
En nuestra lucha contra el pecado podemos llegar a desalentarnos. Incluso podemos llegar a pensar que Dios está tan enfadado con nosotros que si nos volvemos a acercar a Él con arrepentimiento nos va a sonreír irónicamente y nos va a decir: “no seas hipócrita, ¿otra vez has vuelto a caer?, a mí me parece que no te tomas muy en serio esto de pelear contra la tentación”. No, esa no es la manera de proceder de Jesús. Mientras nosotros andamos magullados y heridos por nuestra caída, Él desea que vayamos a sus brazos con arrepentimiento.
Nuestro Sumo sacerdote anhela oír nuestras súplicas para colmarnos de toda gracia y consuelo, somos nosotros los que con incredulidad dudamos de estas palabras que nos hablan de su corazón bueno y compasivo.
Por eso:
“Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.”.Hebreos 4:16